El
movimiento de la administración científica recibió su impulso inicial con
Frederick Taylor (1856- 1915) en la última parte del siglo XIX y primera parte
del siglo XX. Taylor nació en Filadelfia. Procedía de una familia de cuáqueros
de principios rígidos y por lo tanto se educó dentro una mentalidad de
disciplina, devoción al trabajo y al ahorro. Inició su vida profesional como
obrero, en 1889, en la Midvale Steel Co. Posteriormente ascendió a supervisor,
jefe de taller y finalmente, en 1885, a ingeniero, después de graduarse en el
Stevens Institute. La publicación de su libro Principios de Administración
Científica en 1911, donde plantea sus ideas sobre la racionalización del
trabajo y donde plantea además que estos principios teóricos deben ir
acompañados de una estructuración de la empresa, es para muchos autores el
inicio del desarrollo de una administración científica. Según Scott (1987), los
puntos de vista de Taylor estaban influenciados por la ética protestante que
predominaba en su tiempo. Aceptaba el valor del trabajo arduo, la racionalidad
económica, el individualismo y la idea de que cada hombre tenía que desempeñar
un rol social.
Taylor no desarrolló una extensa teoría
general de Administración puesto que tenía una orientación pragmática que se
preocupaba principalmente de los aspectos empíricos y se encaminaba
principalmente al incremento de la eficiencia del trabajador. Con sus
principios de la dirección científica, además de aspirar a racionalizar el
comportamiento de los trabajadores, también aspiraba a reemplazar las
actividades arbitrarias y caprichosas de los directivos por procedimientos
analíticos y científicos (Taylor, 1947). En sus primeros escritos hacia
referencia a sus ideas como «tarea administrativa». No fue hasta 1910 cuando
Louis Brandeis acuñó el término «administración científica» en un informe ante
la Comisión Interestatal de Comercio. Taylor definió cuatro principios de
administración, que darían como resultado de su seguimiento una mayor
prosperidad, tanto para los directores que conseguirían mayores beneficios,
como para los trabajadores que lograrían una mejor retribución por su trabajo.
Chiavenato (1990) afirma que el objetivo final de Taylor era que los directivos
asumieran como guía en el desarrollo de sus funciones los cuatro principios
siguientes:
1. Principio
de planificación: sustitución en el trabajo del criterio individual del
trabajador, la improvisación y la actuación empírico-práctica por métodos
basados en procedimientos científicos. Sustitución de la improvisación por la
ciencia mediante la planificación del método.
2. Principio
de preparación: selección científica de los trabajadores; hay que prepararlos y
formarlos para que produzcan más y mejor. En el pasado, el propio trabajador
escogía su trabajo y la forma de ejecutarlo y se formaba a sí mismo dentro de
los límites de sus posibilidades.
3. Principio
de control: hay que controlar el trabajo para cerciorarse de que está siendo
ejecutado según las normas establecidas y según el plan previsto. Es necesaria
una estrecha colaboración entre directivos y trabajadores para que la ejecución
sea lo más efectiva posible.
4. Principio
de ejecución: asignación diferenciada de las atribuciones y responsabilidades
para que la ejecución del trabajo sea más disciplinada. Los trabajadores asumen
la responsabilidad de ejecutar las tareas y la dirección la correspondiente a
su diseño y planificación. Taylor tuvo una gran influencia en las prácticas
administrativas de las siguientes décadas. Aun en nuestros días, los principios
administrativos taylorianos forman parte del pensamiento administrativo,
principalmente en las fábricas y en las operaciones industriales. Resulta un
tanto sorprendente, y Taylor fue el primer sorprendido, que las críticas contra
la administración científica no tuvieran más detractores entre los mismos
administradores, que en definitiva eran los perjudicados al tener que cambiar
todos sus hábitos de trabajo. Las resistencias más fuertes provinieron de los
trabajadores y sobre todo de los líderes sindicales. Las principales críticas
al enfoque clásico de la Administración según Taylor se centraron en cuatro
puntos:
1. Su
concepción ingenieril de la administración, centrada en la tarea, que veía al
trabajador como un complemento de la máquina.
2. Su extremo racionalismo a la hora de
concebir la Administración.
3. El
enfoque de sistema cerrado donde se considera la organización de forma aislada
y sin consideraciones al entorno.
4. La ausencia de trabajos experimentales que
apoyaran las hipótesis que planteaba su teoría.
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